La normalización de la violencia directa tiene una posible explicación que radica en lo que no se ve del iceberg
Por: Óscar Bernardo Rivera García
Normalizar, de acuerdo con el Diccionario de la Real Academia Española, significa "hacer que algo se estabilice en la normalidad". Lo normal o la normalidad, significa algo habitual u ordinario. Entender cómo los jóvenes interpretan la violencia como algo habitual u ordinario, significa que los hechos violentos que ven, experimentan en carne propia o revisan en los diferentes medios digitales como las redes sociales, los están convirtiendo en un paisaje habitual, un paisaje ordinarioy, por lo tanto, ya no es extraño, ya no genera indignación.
Hace no tanto tiempo, los niveles de violencia que se vivían en la sociedad eran motivo de escándalo e indignación, el día de hoy, se han incrementado los niveles de violencia, pero se están convirtiendo en algo habitual que ya no sorprende. Esta normalización de la violencia está limitando nuestra capacidad de indignarnos. Para entender cómo o por qué los jóvenes están normalización la violencia, un primer paso es comprender cómo se divide la violencia.
En un ejercicio de imaginación, pensemos que estamos frente a un iceberg, esa gran masa de hielo flotante que sobresale de un mar congelado. Lo primero que se logra ver es la punta de esa masa flotante y se asume que la parte que no se logra ver, puede ser más grande de lo que a simple vista se está viendo. Sólo se ve la punta del iceberg. Bien, la violencia es igual. Esa punta del iceberg dentro de la violencia, se le identifica como violencia directa y se trata de todas aquellas acciones que generan mutilaciones, acoso, sanciones y hasta la muerte. Es aquella violencia que se ve, se vive y se siente en la calle –violencia que muchas veces se registra en videos que circulan en las redes sociales–. Ese tipo de violencia es lo que se está convirtiendo en habitual u ordinario.
La normalización de la violencia directa tiene una posible explicación que radica en lo que no se ve del iceberg, eso que no se ve, la parte profunda e inmensa de esa masa de hielo, se le identifica como violencia cultural y violencia estructural. La normalización de la violencia directa se puede explicar a partir de la violencia cultural y la violencia estructural. Violencia cultural es aquella que tiene que ver con los símbolos, la religión, ideologías y manifestaciones artísticas o culturales que justifican y aprueban la violencia directa. Violencia estructural es aquella que permite la exclusión social, la pobreza, la falta de oportunidades educativas y laborales; esta violencia no es ejercida por una persona en específico, se relaciona más con los ámbitos de gobierno y la toma de decisiones que promueven una sociedad injusta.
Por ejemplo, se puede aprobar y justificar la violencia directa gracias a discursos, creencias, tradiciones o representaciones culturales. Aquí, el punto es muy importante porque se habla de ideologías, símbolos o representaciones culturales –como letras de canciones– que justifiquen o aprueben la violencia. La violencia cultural no promueve la violencia, la justifica y esto hace la diferencia. De la misma forma, gobiernos que mantengan una sociedad en condiciones de pobreza, con desigualdad educativa, con pocas oportunidades de empleo, sientan las bases para que la violencia directa se manifiesta con mayor facilidad.
Los jóvenes asumen esas justificaciones simbólicas mediante discursos que leen, escuchan y observan. Si a lo anterior le sumamos un contexto social en donde las condiciones materiales son injustas (pobreza, pocas oportunidades de educación, sin empleo), los jóvenes empiezan a interpretar la violencia directa como algo cotidiano, algo ordinario. Se alienta el ciclo en el que la violencia se percibe como algo habitual y legítimo.
Al final, lo que se desea es romper con ese ciclo, recuperar la capacidad de indignarnos por los hechos violentos. Aquí los jóvenes deben tomar el timón del barco para evitar chocar con la punta del iceberg de la violencia.
* Egresado de la IV promoción de doctorado en ciencias sociales, de la línea Globalización y Territorios, 2012-2015.